Poesías inolvidables |
Estas liras |
Estas Liras que tú miras con disimulo indiscreto, esconden dentro un Soneto, con quien sin querer suspiras. Para mi querida: María Helena P. De: Marco Antonio Servín Zurita.
La ausencia y la distancia labran los versos de mi pluma triste y sólo la constancia de tu recuerdo, Helena, los reviste, porque aunque vives muy dentro de mí -qué difícil estar lejos de ti-.
Difícil y penoso si a mis cansadas penas nunca encuentro remedio generoso, que cure y sane lo que llevo dentro, pues tu imagen escapa indiferente -si vienen mil recuerdos a mi mente-.
Escucha Helena mía, las notas musicales de mi lira, que a cuenta de alegría al recordarte, en su vibrar suspira, aquel gozo feliz y consistent -de convivios amenos, y en frecuente-,
Escucha el triste acento, que hoy en mi verso como nunca suena, y observa el sentimiento que en el advierto, mi querida Elena, aquéllos los que alguna vez a ti -te acercaban un poco, un poco a mí-.
Porque ahora que la ausencia ensombrece la luz de nuestra vida, sin la menor clemencia acrecentando esta mortal herida, cómo le haré por no seguir así, -dime cómo seguir la vida aquí-.
Dime cómo consigo solapar los caprichos de mis quejas, si cuando más persigo consolarlas, se vuelven más complejas estas memorias tristes en mi mente, -hoy que te siento tan lejos y ausente-.
Hoy que la augusta calma desata la impaciencia de mi pluma, exigiéndole al alma que en mi verso obediente se consuma y tras sus letras diga muy doliente: -extraño nuestro mundo, el diferente-.
Extraño las ternuras de tus miradas quietas y amorosas, de tu voz las dulzuras que halagaban mi oído cariñosas extraño todo lo que en ti viví, -en que sólo emoción al ser le di-.
Y extraño esas sonrisas que hacían a tus versos suaves ecos, versos que improvisas cargados de pudor y recovecos, versos que oí vibrar bajo tu acento, -con música de clásicos al viento-.
Versos que conseguiste aderezar con tu especial encanto, los cuales revestiste de arte y de amor, de sueños y de canto, versos alimentados de tu aliento; -acompañando a charlas de momento-.
Y ahora sólo quedan, de notorias tristezas impregnadas, añoranzas que vedan nuestras queridas pláticas colmadas de vivencias y versos de mujer, -confesiones y libros por leer-.
De Tlapacoyan goza tú, que dichosa puedes sin cuidado y gusta provechosa, de sus campos el fruto más preciado; que yo sólo degusto al platicarte, -cuatro paredes, en un mundo aparte-.
En mis locuras piensa, ríe si quieres con mis sonetos burdos, rescata de la ausencia hasta los sentimientos más absurdos; que yo, mientras mitigo al extrañarte, -mil suspiros exhalo al recordarte-.
En fin querida Helena, ama y déjate amar entre los tuyos, y sea enhorabuena el eco de estos métricos murmullos, aliciente en que filtro yo mi ser -muriendo acaso por volverte a ver-.
Marco Antonio Servín Zurita
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